jueves, 1 de diciembre de 2016

Imaginemos una mujer

Relato de José Javier Torres Fernández (lector del Club)


Imaginemos a una mujer sentada en un banco a la sombra, con un libro en las manos y una bufanda roja al cuello que luchaba por que el viento frío no se la llevase. Estaba concentrada en la lectura pero, aunque os pueda interesar la historia que estaba leyendo, os voy a describir la escena.

Imaginemos a una mujer sentada en un banco, a la sombra de los árboles del parque, que estaba haciendo tiempo leyendo un libro hasta que diera la hora de abrir su juguetería. Los pájaros cantaban y revoloteaban de un árbol a otro ajenos a más realidad que la suya propia. El viento soplaba no muy fuerte, aunque sí lo suficiente para calar a través de la ropa y hacer volar algún que otro fular. La gente paseaba por el parque: había niños jugando a la rayuela, una pareja en otro banco se apretaba fuertemente las manos entrelazadas, dándose apoyo el uno al otro, y varias personas haciendo deporte (unas corrían, otras iban en bicicleta y algunos simplemente intentaban que el resto pensara que estaban haciendo deporte). A lo lejos se podía escuchar las ruedas de una maleta contra las piedras y la tierra, aproximándose a pasar por delante de ella.

    Las ruedas de la maleta la sacaron de la lectura como la típica mosca que viene a susurrarte al oído que la espantes. Ella ni siquiera levantó la vista hacia la persona que tiraba de la maleta, se preguntó qué llevaría en ella, cuyo ruido de las ruedas tanto la había desconcentrado e intentó volver a su lectura olvidando mirar antes la hora en su reloj colocado en la mano derecha.
Sin embargo, no pudo volver a concentrarse. Empezó a pensar en todos los juguetes tan especiales y únicos, que con tanto cariño había hecho, esperando a ser vendidos, colocados con mucho esmero y cuidado en las vitrinas y escaparates de su tienda. Todas las caretas pintadas a mano, las marionetas a tamaño real a las que sólo le podía dedicar un par de horas en la madrugada por ser éstas solo suyas. Los relojes de cuco, los trenes de vapor en miniatura, el típico payaso que a unos tanto gusta y que a otros tanto asusta, el mono de cuerda con los platillos en las manos y las preciosas muñecas de trapo o porcelana para todos los gustos y colores, para todas y todos los niños, niñas o mayores.
    Se dio cuenta de que el santo se le había ido al cielo y al mirar el reloj vio que ya iba tarde para abrir su querida tienda, así que guardó el libro en su bolso y corrió al otro lado de la carretera donde estaba la juguetería.

    Imaginemos a una mujer que en su juguetería y la lectura encontraba el refugio que nunca consiguió por otros medios, aunque se hubiera quemado y destrozado intentándolo. Había dejado ya tiempo atrás de soñar con aquella perfección que deseaba encontrar, había terminado por pensar que aunque la realidad superase a la ficción, para ella la ficción se convertiría en su realidad. Había construido muros físicos y metafóricos a su alrededor. Sólo podía pensar en seguir estando para averiguar qué o quién estaría a la vuelta de la esquina.

Llevaba ya tiempo soñando que veía a otra mujer subida a un puente con intenciones de tirarse, pero siempre despertaba cuando aquella persona saltaba sin saber cómo acabaría aquella historia. Incluso había intentado recrear la cara de aquella chica en una marioneta a tamaño real, pero le faltaban detalles.

 La campana de la tienda sonó y entonces ella dijo:

— ¡Bienvenidos a La juguetería de Insomnia! ¿Qué desea?— Nada más levantar la vista encontró al portador de la maleta, que levantaba una foto con la cara de la chica de sus sueños.
— ¿Conoce usted a esta mujer? — preguntó con cara demasiado seria como para estar interesado en comprar nada de la tienda.


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